Anidando entre células y códigos binarios – 01 y 02
Alexander Marroquín Moreno
Pintura Digital
279 mm x 432 mm - 300 DPI
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Toda historia ambientada en el futuro posee un hálito de melancolía, ese inevitable sentimiento que despierta cada que visitamos nuestras memorias. Sea por días que parecieron mejores o aquellos cuya dureza actuó como el cincel que dio forma a lo que somos; todo brillo triunfante tiende a desvanecer en bucólicos recuerdos que serán vistos en retrospectiva como los días de antaño que mañana extrañaremos.
Es melancolía en lo que resumo el texto que presento como inspiración de mi propuesta visual. El camino hacia el futuro, hacia la modernidad tecnológica se construye sobre la obsolescencia del espíritu, del sentir que nos conecta con la naturaleza, eso que le da calor a nuestra esencia se pierde en medio de dopamina efímera, de seres de hojalata automatizados que tuercen su mirada a todo lo que no esté enmarcado en una pantalla o se entienda como un dispositivo que brinde estatus.
La autora del texto “Un hombre de hojalata en una ciudad oxidada” debió suponer la distopía androide y deshumanizante a causa de algún detonante en su entorno, algo que le hizo imaginar una ciudad que se sumerge en el óxido de la inactividad paradójica dada su naturaleza mecánica, como una bicicleta que se olvida en un rincón y que es golpeada por los días y su impredecible clima, así como la misma Bogotá.
De esta suposición arbitraria doy el primer paso conceptual, eso sí, no lo tomo al pie de la letra, soy un terco optimista. Considero posible un avance de bienestar moderno; el triunfo binario que en verdad nos beneficie como sociedad solo será positivo si se armoniza con el restablecimiento del entorno ambiental y de los valores que pueden identificarnos como sociedad humana. Hablo de una conjugación de preocupaciones de manera proporcionada, donde nos hacemos cargo del cuidado de la fauna y flora de la ciudad tanto como del avance científico y tecnológico, ambos tan importantes para nosotros como la noche y el día.
Creo que en una ciudad que se moderniza a diario, cuyo crecimiento no se detiene, deberá permitirse el mismo avance de nuestros amigos emplumados, también de las que se recubren de flores cada tanto y aquellos que lanzan hojas al viento como besos de enamorados, los que caminan en cuatro o más patas sobre tejados o paredes o parques públicos, quienes respiran agua contoneando sus columnas, los que bañan las venas de la tierra, las que zumban repartiendo polen y los que alegran las madrugadas con sus canciones románticas.
Solo nos salvaremos cuando nos vuelva a sorprender tanto ver a un pequeño copetón como a los interminables vagones de un enorme tren elevado.